CORDOBA.- Tenía que ser Mora, el gran verdugo de los xeneizes. Tenía que ser Trezeguet, el goleador que vuelve a vivir. Tenía que ser River, otra vez. El verano de los superclásicos, verdaderamente, fue de River. Anoche, con la Copa BBVA Francés en disputa, venció a Boca por 2 a 1. Mar del Plata fue suya. Mendoza fue empate, más allá de los penales favorables a Boca. Y anoche, en Córdoba, el equipo que dirige Ramón volvió a ganar. Volvió la alegría millonaria. Perdía, se levantó y ganó. El verano fue de River...
Con ritmo, decisión y confianza, Boca empezó mucho mejor. Rápido e incisivo, abrió el score, casi, casi, cuando empezó el partido. El balón pasó por el Burrito Martínez, Silva y Erviti, que definió debajo del arco. Iban apenas cinco minutos, una gratificación para Boca y un golpazo para River, que mostró una dubitativa y estática defensa.
Con el resultado en su favor, Boca tuvo el poder de la convicción. Ganó las pelotas divididas, expuso coraje en la zona media y, en el ataque, agresividad para las llegadas. En una de ellas, Barovero le tapó un mano a mano a Silva. No encontró espacios River. Ni la pelota. Hasta que un grosero error de Ledesma (perdió la pelota en su área en un cierre), le permitió a Rojas levantar la cabeza y arrojar un magnífico centro atrás. Allí apareció Mora, con un zurdazo corto y efectivo.
Se abrió el desarrollo. Se transformó. River creyó que podía y así lo hizo: Sánchez, por la derecha y Rojas, por la izquierda, desnudaron los errores xeneizes por las bandas. Trezeguet, en un contraataque, elevó el remate a las nubes, en inmejorable posición. El partido creció en intensidad y emoción. Boca salió del encierro, con una corrida de Erviti de unos 40 metros, tras una viveza del Burrito Martínez, pero, solo, la tiró a las manos de Barovero.
Hubo demasiado estudio en los minutos siguientes. Como si los goles, las emociones y los corazones desatados de instantes antes les hubiera provocado un desgaste mayúsculo. Se frenaron. Pensaron qué hacer. Por dónde ir, por dónde volver. Una pena: el desarrollo perdió fuego sagrado. Bianchi pensó en el futuro, en el torneo doméstico, en la Libertadores: sacó a Somoza y a Erviti. Ramón, todo lo contrario: hizo entrar a Ponzio y a Vangioni, pensando en el hoy, en el ahora.
Por eso, acaso, tuvo su premio. A diez minutos del final, el escurridizo Rojas envió el centro que cabeceó Trezeguet; el rebote de Orion fue capitalizado por el viejo, el eterno goleador. Que lo gritó como nunca. Ganó River otra vez. Lo hizo por Trezeguet, el gol que volvió una noche. La noche que cerró el círculo de los clásicos de verano. ß
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Carlos